viernes, 8 de abril de 2016

Sin identidad.

Se escuchaban gritos al fondo de una calle, gritos de desesperación, cómo si la muerte hubiera nacido esa noche sin neblina en dónde hasta el hombre más fuerte de la ciudad del demonio tenía miedo de salir a la calle. Las voces de los llamados "desertores" se apagaban cada día; ellos aquellos hombres que caminaban sobre el agua, miraban a todos sin saber quienes eran y que no seguían las leyes que el nuevo rey implantó.

Soñadores escondidos en las cloacas buscando la forma de matar a los que seguían al demonio, con sus cuchillos de madera húmeda, lapices sin punta, pensamientos sin forma  y bolsas de plástico en sus cabezas creaban aires de revolución entre las personas que no querían verlos.

Llamados "sombras", "hombres sin corazón" y "desertores" por todos los fieles seguidores del rey; discriminados por sus descabellados sueños de libertad, seguían sus principios hasta la ultimas consecuencias, aunque no quedaban muchos, solamente tres y el único joven era Paúl.

Paúl era una sombra sin pesadillas, siempre positivo sobre sus ideas de saltar los muros y buscar ayuda; conocido como "el sol" por esa luz que parecía dar su sonrisa. Él casi media dos metros, tenia ojos cristalinos como el agua del río donde los sueños de muchos se ahogaban a diario, aparte sus grandes músculos lo hacían parecer invencible, sus zapatos negros como sus pensamientos escondían sus sueños, chaqueta de cuero  tan usada y vieja como sus pantalones vaqueros casi sin color.

Él con su cuchillo de madera húmeda cazaba a ciertos  hombres solitarios que caminaban al amanecer por las calles del norte de la ciudad, esos hombres agotados de esperar una respuesta del exterior, eran capaces de suicidarse sin saber porque; a ellos les gustaba nadar desnudos en el lago de sangre para sentir algo de vida entre sus entrañas, caminar sobre fuego para entender que es el calor o intentar vivir con algo de pasión, hombres sin nada que perder que se escondían entre la multitud para parecer normales, también conocidos por Paúl como los "desconocidos".

Los desconocidos eran los enemigos naturales de los Paúl, él estaba convencido que ellos traicionaron a su padre y la mayoría de sus amigos. Siempre si desaparecía alguien significaba que algún hombre desconocido lo traicionó o lo llevo a una trampa. Entre ellos habían miles pero el más extraño era uno que sonreía sin dientes, caminaba sobre el agua y podía hablar con seres de múltiples dimensiones,

Ese hombre no tenia nombre, era como un mito entre todos los habitantes de la ciudad, pero Paúl estaba convencido que fue el que mató al tercer desertor, ahora solamente quedaban él y su maestro contra un mundo lleno de llamas que caen del cielo.  Así que Paúl cada noche se sentaba a cien metros de un muro, lo miraba por horas mientras dibujaba en el suelo puertas sin perillas, pájaros sin alas, hombres sin mascaras y lo que parecía ser el rostro de su padre.

Mientras él pensaba,  su maestro lo miraba por horas cuidando que ningún guardián lo capturé. Su maestro era todo lo que quedaba, puesto que luego de cinco años de guerra civil los desertores eran ya solamente los dos hombres.

-Deja de mirar los muros, saltarlos es imposible- Le decía su maestro, varías veces.

-Aún no me rindo, lo volveré a intentar esta noche- él respondía.

-¡Sí sigues así caerás en el mismo hueco que tu padre!- Su maestro le gritó, luego camino en círculos mirando lo que dibujaba Paúl y despareció.


Paúl escribió una frase muchas veces hasta que el sol salió: "Envidio a los pájaros que no están atados al suelo, que parecen ser libres de ir a dónde quieran sin reglas ni leyes, sin dioses ni demonios".

Él no sabía que su maestro se había ido, camino todo el día disfrazado de una persona normal para encontrarlo, pero jamás encontró una pista que lo llevé a verdad. Llegó al parque sin árboles dónde vio la ultima vez a su padre, en un pequeño charco se miró fijamente luego de mucho tiempo y recordó todo.

La noche se volvió oscura, nunca cayó la neblina pero la ciudad se llenó de un silencio aterrador, las ratas se escondían de las voces, las madres lloraban mientras ahogaban a sus hijos, los hombres dejaban flotar sus cuerpos por las cloacas, todos eran parte de algo espantoso, los rituales del demonio habían comenzado otra vez. Las flores negras sonreían, el rey volvió a gritar, la muerte llegó y Paúl se olvidó de quien era.

Entre sueños escuchó una voz interior que le decía: "¿Acaso no te has dado cuenta, imbécil?, ¡Tú eres el último que queda aquí!"

Él asustado corría en círculos y tropezaba con sus recuerdos.


La voz seguía diciendo una y otra vez: "Tu fantasía, tu revolución todo es una ilusión, tú creaste a los hombres desconocidos, esos hombres son guardianes del demonio, tu maestro soy yo, la voz de tu nuevo amo la que te habla desde que perdiste la razón creyendo que vas a escapar de esta ciudad"

-¡NO PUEDO ADMITIR LO QUE ME DICES!- ESCAPARÉ DE ESTO- GRITO DESESPERADO.

Se escondió al fondo de una vieja calle, para que los guardianes no lo encuentren. Pero aún no se daba cuenta que no habían enemigos, sus enemigos fueron creados por él mismo pensando que era especial, raro, desconocido, que podía cambiar al mundo, sin saber quien es.

Al despertar de su pesadilla, cansado de pensar, él se fue auto degollando, sus memorias se fueron uniendo cada vez que el cuchillo de frío metal que atravesaba un poco más de su cuello y su gran fuerza que nunca existió, fue poco a poco quitándose la cabeza para ya no escuchar esa voz que le hablaba sobre la realidad, quería vivir en la fantasía de él ser un héroe que salvaba a todos del demonio quien ya hace mucho dominaba esa ciudad dónde él creció y vio a todos morir o servir al rey.

Paúl gritaba en soledad ahora, simplemente por no creer, por querer ser un hombre sin cabeza, un guardián más que sueña en ser un ave sin dirección, pero que al final son solamente sueños, se dio cuenta que le cortaron sus alas hace mucho y que su cabeza que ahora flota por la cloaca donde vivía era lo que le hacía sentir más que su corazón oscuro.

Dedicado a: Erika Coronel.









miércoles, 18 de febrero de 2015

Discípulo.

Al caminar no sentía las piernas, me sentía hipnotizado por algo extraño que no conocía, lo raro de sentir la muerte tocando tu mejilla o al mismo tiempo el amor juvenil rozando tu lado más sensible.
-Vamos lejos de aquí- decían todas las voces compañeras que se escuchaban como ecos cuando quería estar solo.

Recién había aprendido el valor de las utopías, de la libertad. Me enfrasque entre sentimiento estúpidos, algo que no va con el demonio, mi Dios. Ese ser supremo que mueve los hilos por mí, al final el siempre sonreía con su máscara de papel al final del rincón donde escondía lo mejor y lo peor del discípulo.

Había leído libros llenos de verdad, de fantasía, de todo aquello que quieras llamar libertad, me había hundido entre pensamientos oscuros que iluminaban mi cruel vida y estaba listo para llenar esta ciudad de cenizas y agua.

-Vamos, vamos- decía mi hermano corriendo como siempre.

Él era un creyente firme de la iglesia traicionera, se llamaba Charlie usaba siempre el mismo traje barato para ir a un lugar donde prometían hermosa libertad, la droga había consumido su cerebro en una época para él oscura de su llamada vida vacía.
-No te atrases a la misa hoy vamos a rezar por un santo- decía
Yo no pensaba en santos ni pecadores, imaginaba un mundo lleno de vacíos que nos impedían ser perfectos quería alcanzar la forma de los espacios, del tiempo y un porque a la existencia de hombre.

-Bueno Charlie- respondía con una voz agridulce.

Mi hermano se había transformado totalmente cuando murió nuestro padre, fiel seguidor del demonio, había aceptado nuestro destino ser discípulos, seguidores del ser humano y de sus errores. Pero al poco tiempo Charlie se enamoró de una chica plástica llamada Cristina, ella lo sumergió en amor, ternura y sentimiento que yo creo estúpidos, una parte más imperfecta del ser.

Él no demoró en matarla, y yo comencé a pensar enserio.
Pensaba imaginaba a las personas gritando, a todos volviéndose locos por su vanidad, por sus mentiras, por lo que podía pensar que era perfecto o no y soñaba con una ciudad del demonio. Me involucré entre sombras y arena, atrás de los grupos más radicales que buscaban tumbar a los cerdos del gobierno, pensé y no me di cuenta cuando deje de hacerlo.

Gritaba cada mañana al despertar, mis sueños me habían hundido en una realidad llena de falsedad, estaba tranquilo e intranquilo, nunca logré tener paz, mientras tanto mi hermano se volvía mi sombre mi aliado y decidió construir muros alado del río donde asesinó al ser que había amado.

Mis sueños se hacían profundos, perdí el punto de partida en todos. Los muros se construían lentamente, las personas comenzaban a entender quien tenía el poder, ellos ahogaban a sus hijos para buscar salvación, los extranjeros llegaban y no se podían ir de mi ciudad, caminaban hombres vestidos de la misma forma, patrulleros sin rostro intentando encontrar odio entre miradas de falsedad, hombres sin esperanzas navegaban entre imágenes de plástico y pobres no sabían lo que era la libertad.


Bailaba en la lluvia ese día de febrero, el lago se había vuelto rojo, las calles negras como el corazón que me aprisiona y las pupilas dilatadas de tanto amor.  Eran tiempos buenos. 

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Sombras y arena.

Caminantes sin rumbo, esperando ser salvados por sombras de oscuridad; o morir en el intento de creer en la libertad que los ha traicionado una vez más. Esperanza con sabor a ceniza, pan sin color y agua con sabor a derrota. Siempre solos mirando caer las estrellas y sintiendo que son parte de ellas. 

La guerra comenzó, ellos se quedaron mirando, mientras todos morían a la sombra del gran árbol rojo. Parecía que no había quien sobresaliera de ellos. Eran solamente, soldados, vagabundos y mujeres sin respeto. 

Pero, ¿quién sabe más de ellos que Camila? 

Camila una niña aún cuando miró a su madre caer al abismo más oscuro, el abismo de la razón; sus antepasados soñaron en luchar por dioses que ni veían, en historias sin sentido que viajaban por el mundo como las leyendas de héroes caídos en la locura. Pero, esa dulce niña, que se mudó a la gran ciudad para encontrar la felicidad que su madre buscó y nunca encontró, los miraba como personas ordinarias que eran caminantes o vagabundos; eran parte de los altares más grandes que el hombre había construido.

Por eso, ella  podía imaginarlos perfectos y adorarlos sin miedo. Hasta que creció y perdió la razón. Se encontró con la locura que tanto había buscado. 



- "Caímos dormidos en éste abismo"- Ella se decía así misma a diario -

- No solamente despertamos sin pies - Le respondió una pequeña voz que gritaba desde su interior -


Camila parecía la  luz que nunca brillaba en esta ciudad de ceniza y polvo. Un ángel sin voz que buscaba entender porque nadie la escuchaba gritar o cantar las historias de sus antepasados. 

-Habíamos soñado con encontrarnos entre ellos - Su pequeña voz se lo decía suavemente -    

Pero, cada día estaba más lejos de mirarse a un espejo o a un reflejo como ellos. Transformándose en un monstruo como todos los que corrían sin mirar a quien pisan, solamente para llegar a la cima del monte más alto de la ciudad del demonio. 

Camila, camina sin rumbo; buscando el sol en la oscuridad de sus ojos cafés o en su cabello negro. Su idioma olvidado o las palabras que no eran suyas habían transformado a cualquiera en creyente de su sabiduría. Mientras tanto, miles de ojos la miraban, la criticaban sin saber quien estaba atrás de ese maquillaje "barato", de esa forma de ser tan extraña para la gente ordinaria que no quería escuchar nada más que la palabra "dinero". 

Ella lavaba todos los días los trapos sucios, de los demonios que habitaban en las grandes montañas de metal; siempre observaba como la tela se desgastaba como el alma de ellos; transformandoce en lo que en verdad son. 

-No hemos perdido aún- Ella se decía a si mismo al mirarse en el reflejo del agua sucia - 

Ella, seguía el camino que su madre buscó, sin entender porque estaba tan perdida entre la multitud; construyó miles de paredes que no podían ser destruidas por la ambición que segaba a los que la rodeaban. Miró, pero nunca sonrió hasta éste día. 

Éste día que parecía ser un domingo. 

Despertó sin el sabor de razón que había sentido desde que nació, se miró al espejo y vio a alguien que no conocía, las mentiras parecían ser verdades, las palabras parecían ser tan ambiguas como la realidad o la fantasía; lo subjetivo parecía ser una vez más objetivo. Las utopías eran realidades sin color que nos ayudaron a caminar hasta morir en paz. 

Confundida salió de su pequeño apartamento y siguió paso a paso mirandoce en un pequeño espejo. Hasta que vio a un hombre dando vueltas en círculos, igual de confundido que ella. 

Pero ella, no sabía como acercarse a él, solamente lo miró por un rato y pensó que era alguien como ella. Un caminante o vagabundo sin corazón ni alma, un poeta o algún tipo de pintor que enloqueció al ver el cambió igual que ella. 

Él la miró y se acercó.

- ¿Por qué? - Le preguntó él

Ella no le respondió, simplemente miró.

- ¿Quieres caminar conmigo? - Le preguntó 

-Sí - Ella respondió tímidamente. 


Entonces, comenzaron a caminar juntos por la ciudad, que se había transformado en un lugar amable y pasivo. Las personas ya no miraban a Camila con desprecio o asco, la miraban como lo que querían ser, querían escuchar las historias que ella contaba en voz baja antes, ser como Camila era ser real según los demonios que la habían pisado tanto. 

Pero, ella siguió caminado, buscando sombras y arena para construir un castillo donde vivir; un lugar donde soñar que la realidad nunca es buena, o por lo menos para ya no pensar en las cabezas de sus antepasados rodando por la colina del gran árbol rojo. 

Mientras que, la mañana se iba y el sol calentaba las ideas de Camila hasta dejarla vacía. Sus pensamientos parecían nublarse como el día, solamente sonreía pero ya no sabía porque lo hacía.

-Vamos a ver el atardecer en la cima de esa colina- Él le dijo

-Sí vamos - Ella respondió 

Cuando menos se dio cuenta, sus ojos se aclararon, la pequeña voz en su cabeza ya no le susurraba nada, y la luz cubrió la oscuridad de las montañas de metal por las que estaba rodeada. Las personas aplaudían con cada paso que daba y él parecía ser cada vez más "perfecto". 

Miles de ojos rojos, sedientos de poder la miraban subir más y más alto.  

-¡CAMILA, CAMILA! - gritaba una multitud - 

Ella ya no miraba atrás y el día se estaba apagando el sol parecía ser una estrella lejana que se escondía atrás de la colina, el río dejo de fluir, los pájaros dejaron de cantar, la oscuridad cubría la ciudad y las personas no dejaban de gritar. 

Camila se sintió como una reina y sonrió por última vez.

-¡Gracias, gracias! - gritaba con fulgor- 

Entonces él escribió en el árbol rojo: 

"No, no estamos solos; pero no entendemos porque soñamos tanto; somos esperanza u oscuridad"

Los ojos rojos se apagaron y la soledad parecía ser compañera de todos aquellos que la razón negaban. Perdidos en un lago de sangre los pájaros cayeron para morir en paz. Todos dejaron de cantar, parecía que la tristeza lleno la ciudad del demonio.

Entonces, nadie dijo nada solamente el silencio decidió, un dulce filo tan frío como el invierno paso por su garganta, la sangre poco a poco iba saliendo como agua de muerte, el río fluyó de nuevo, las personas torturaron su cuerpo, su alma y su identidad.

La voz de su cabeza corrió, pero nadie la alcanzó,
las palabras que fueron mentiras ahora son verdades
y ella murió sin saber si alguna vez fue libre.

El eco del pasado la dejó sin aliento y sintió que corría por las nubes para ser una estrella que en el horizonte nadie ve, solamente los niños sordos y los malditos locos.

Murió como sus antepasados en el abismo de la razón.




Dedicado a: Pinky Fernandez-Salvador
  

martes, 21 de octubre de 2014

Las sombras de los arboles rojos.

Nada más se podían escuchar las gotas de lluvia caer sobre la acera, eran como millones de apuñaladas en los oídos del viejo discípulo del demonio llamado Charlie.

Él era un hombre normal con un terno gastado por el tiempo de uso, puesto que él se ponía la misma ropa todos los días, un reloj de plata falsa el cual no funcionaba pero siempre marcaban las cuatro en punto, sonrisa singularmente deforme, ojos pequeños, botas negras como sus ojos y un pedazo de cuerda vieja que le recordaba algo que no había hecho jamas.

Él curiosamente se paraba todos los días a mirar a las personas pasar una y otra vez, no hacía nada más durante todo el día, sólo miraba y anotaba algo en su pequeño cuaderno en completo silencio.

Todos lo miraban sin darle importancia, sólo era un títere de color rojo para las personas, un estorbo más en el camino, el cual llenaba un espacio vacío en un mundo vacío, un perdedor sin futuro y el peor de todos los hombres que ha sobrevivido a la guerra. Pero,  en su cabeza solo se guardaban recuerdos de los golpes torcidos que le daban su papá cuando era un niño de nueve años, o los puñetes firmes que sus compañeros de clases le daban todos los días al salir del instituto. Él sólo tenía odio en su mente.

Hasta que un día ese odio se transformo en amor, cuando la miró por primera vez.

Cristina era una chica dulce, con su cabello café perfectamente peinado, complexión física delgada, uñas cortadas perfectamente, sonrisa encantadora,  ojos grises como el cielo de la ciudad del demonio, zapatillas rojas y un vestido blanco que le llegaba hasta más allá de la rodilla.

Ella siempre caminaba por las mismas calles donde la luz aún existía y los hombres podían dedicarse a soñar, siempre totalmente lejos del centro y de claramente de personas "normales" como Charlie.

Hasta que ese  doce de abril de hace cuarenta años, cuando ella decidió correr el riesgo de perderse en el centro para comprar un nuevo par de zapatillas rojas en una tienda nueva y extranjera. Ella se sintió perdida por más de quince minutos entonces preguntó a un hombre quien no le respondió.

Ella iba perdida por más de media hora y en medio de la multitud Charlie la vio asustada, como un pequeño cachorro sin saber donde está su hogar. Él casi nunca sonría pero esta vez su sonrisa fue natural y ella pudo ver claramente al hombre que sonría entre tantos hombres que sólo querían correr rápido para no perder el autobús. Fue entonces cuando ella se acerco a él y le pregunto si sabía donde estaba esa famosa tienda extranjera. Él simplemente no sabía donde estaba pero decidió acompañarla a caminar por el centro.

Ellos dos se quedaron callados por un largo tiempo, sin tener nada que decir se miraban disimuladamente con timidez, casi ni se acercaban mucho, pero con cada paso más que daban se perdían más en una espesa neblina azul.

Suspiraban realidad, fantasía o ilusiones pasajeras, pero sin saber a donde ir se sentían seguros, no habían palabras que describan lo que sentían adentro suyo, y solo fueron cinco minutos con doce segundos, cuando él decidió desviarse del camino bueno. Cogió firmemente la mano de Cristina y comenzó a correr colina abajo sin mirar atrás, solo se detuvo cuando llego a la orilla del río.

Acostados abajo de las grandes sombras de los arboles rojos, ellos dibujaron con su mente millones de monstruos, crearon historias sin finales, personajes sin cabeza o ángeles caídos. Parecía que se encontraron en un mar de ideas vagas que suspiraban realidades no vistas por los otros. Ellos se embarcaron en una balsa mirando un destino el cual era claro, sin darse cuenta desaparecieron en alta mar y al abrir los ojos nada más se miraban a ellos mismos en el reflejo del agua que los rodeaba.

Ellos miraban sueños independientes, hijos con grandes dientes blancos, casas del porte de un estadio de fútbol, autos lujosos color rojo, joyas o televisores gigantes como la luna. Parecía que todo era perfecto mientras ya no se escuchaban gritos en la ciudad del demonio, sólo pequeñas voces hablando del pasado y otras sobre un futuro incierto.

Entonces se miraron sin parar durante largas horas, días, meses y años, parecía que ellos no cambiaban jamas, siempre zarpaban desde la orilla del río hasta alta mar y se perdían en sus fantasías que sabían a realidades perdidas.

Cada día se miraba en la misma esquina, sin pronunciar ninguna palabra parecía que se conocían más y más. No parecía tener limites nada sobre ellos, todos los miraban sin saber porque Cristina andaba con él, un chico tan ordinario que no era nada especial para nadie. Pero para ella era el único que conservaría su fantasía hasta su muerte.

Cada día sin darse cuenta las pequeñas voces se fueron haciendo grandes gritos que no parecían tener final, cada momento que pasaba la ciudad que un día fue clara se volvía un lugar oscuro donde los hombres caminaban con miedo a los otros, en donde las armas parecían ser la única forma de comunicarse y ellos dejaron de ver poco a poco el mar o la orilla del río y hasta los grandes arboles rojos se volvieron negros.

Las figuras, leyendas o pensamientos se iban borrando, parecía como si despertaran de un largo sueño y miraran como todo se cae poco a poco sobre ellos. Cada hora que pasaba ellos se miraban perdidos entre millones de ojos que los observaban y criticaban. Se rompieron sus sueños y ahora caminaban divagando sin saber a donde más ir.

Hasta que Cristina flotaba lentamente por un mar de sus ilusiones muertas. Ella sin vida Charlie se pregunto muchas veces, ¿Qué hacer? Pero sin respuesta busco entre millones de palabras una respuesta.

Pasó mucho tiempo, pasó corriendo y ahora él está sentado en la cima de la ciudad mirando con odio y en silencio como siempre a la ciudad del demonio caer en sus manos blancas, esas manos de un asesino verdadero que cuando encontró la forma de salir de la realidad quiso acabar con ella para poder seguir recogiendo grandes experiencias en su mochila rota en donde guardaba sus recuerdos más pequeño y más valiosos.

Escribiendo en un papel él dejo una nota para ella:

¡TODO AHORA ES UNA RUTINA!

Fueron los más pequeños suspiros de realidad,
lo que me hicieron pensar que no podía encontrar libertad.

Construir miles de muros alrededor de la ciudad,
para que todos vean más allá de su superioridad.

No somos esperanza, sólo somos hombres ordinarios, caminando hasta el fin.







jueves, 22 de mayo de 2014

Historia de febrero.

Las risas pasajeras de los hombres sin sonrisas, eran solo parte del eco que se escuchaba al fondo del pasillo mas oscuro en el antiguo hospital abandonado; donde nadie quería buscar la luz, ni ver las estrellas y si quiera escuchar el sonido del viento.

Ekaterina se fijo  en el techo, se dio cuenta que ya no habían cuadros, sólo figuras deformes que en las noches cobraban vida, sonrió y se comenzó a reír cuando vio que en el suelo millones de pequeños ojos la miraban y de los rincones menos esperados salían sombras que le susurraban maldiciones al oído.

El tiempo iba muy despacio, cuando ella caminaba por el maldito pasillo, miraba como la humedad había destrozado el lugar, "los pedazos perfectos" del pasado seguían intactos en el suelo y de las grietas de las paredes salían los monstruos que la seguían en su condena.

Nada le asustaba porque había ya pasado lo peor, cruzo la linea que separaba lo normal de lo anormal y sin darse cuenta cayó lentamente en uno de los agujeros de su mente, que le llevaría a una dimensión diferente y la hacía pensar tanto que su cabeza parecía explotar en millones de imágenes hermosas.

Una de esas imágenes la llevo a recordar su primer beso húmedo, con el chico de los ojos blancos a la orilla del lago de sangre que decoraba el mas hermoso parque de la ciudad del demonio, donde los romances caían en pasiones desenfrenadas y no había ninguna señal para detenerse.

El demonio sonreía, ella desidia jugar muchas a las escondidas todas las noches, a saber que controlaba el amor, sin miedo, con preguntas infinitamente retoricas, palabras de "amor eterno"  y suspiros al alba que le daban un toque mas de intensidad a todo.

El jugo a sentir lo que es tener sexo, hasta que al despertar ella no lo vio nunca mas.

Desesperada la busco, lo volvió a buscar y nunca lo logro encontrar; hasta en "las calles malditas" donde ningún ciudadano de esta ciudad quería pasar lo busco, pero no lo encontró jamás.

Pero "el chico de los ojos blancos", no era mas que un escritor que escribía de vampiros sin alas, personas con cabezas cuadras, soñadores sin sueños, sentimientos ciertamente frágiles o  de señoras que seguían a otras casi igualando sus pasos, con el maquillaje hasta en los pies tanto que parecían ser las mas conocidas en la ciudad del demonio.

El siempre le dijo  Ekaterina que tenía algo adentro de ella, "una voz" que dictaba mas que ella en su cabeza, ella nunca le creyó.

En medio se su búsqueda un día se perdido por las grandes jardines del norte, donde los muertos parecían vivir otra vez, donde se sentaban a tomar las viudas o viudos botellas completas de coñac, vino y vodka, sin pensar en el mañana y en un pedazo viejo de piedra encontró una frase que decía: "Nada era fantasía todo era real".

-Eso no era cierto-  se dijo a si misma con voz temblorosa.

-Tu sabes que lo es- le decía esa voz-

-¡No lo es y punto!- respondió gritando y comenzó a correr.

Al correr sin rumbo cayo en uno de sus agujeros mentales, buscando la salida solo encontró un laberinto que no hizo que se sienta mejor, al sumergirse tanto perdió lo que mas amaba, su dignidad, su pantalón de colores llamativos, lo remplazo por un libro de el chico de los ojos blancos, para recordarlo. fue entonces cuando en verdad lo perdió.

Un día tirada en el gris pasto del parque de los "recuerdos", como ella mismo lo había nombrado, lo vio a el ahogándose en el lago de sangre donde todos los antepasados de Ekaterina habían muerto.

-Uno mas a la larga lista de los que te ven la cara de tonta- le dijo la voz

-Yo solo lo tuve 10 meses en mi cabeza y en mi cuerpo ahora es un problema mas de Dios- ella respondió

Ella se pinto los labios de rojo, camino por la calle sonriendo casi a cualquiera que la mirara. Los extraños la seguían a todas partes, no la criticaban, vio a una de sus amigas lanzarse al vacío de la locura por buscar la salida de la ciudad, a otras hablando de alguien nuevo que llevaba a su vida pero que un acto de valentía ellas usaban su carne para alimentar a los perros o gatos que iban perdidos por la calle.

Ekaterina, al olvidar esa imagen, seguir por el pasillo  caminando casi desmayada, pudo ver algo rayado con un crayón, cuando se acerco vio que era una frase cruel que decía: "No parece lo que es en realidad, quisiera que entiendas eso"

Ella recordó todo, entonces se dispuso a olvidar lo que siempre estaba rellenando sus mas vacíos pensamientos, Ekaterina miro una de sus viejas imágenes, se vio en ella sonriendo junto a su "amante bandido".

Su amante bandido no era mas que un "extraño" que vivía dentro de la ciudad, con camisa de seda roja, corbatín de marca "sex" y zapatos de color azul, criticaba todo lo que miraba menos a el, se quedaba viendo horas de horas en el retrovisor de su auto rojo pensando en aquellas historias de vaqueros que creía tan reales como su belleza física. Tenía ojos rojos como un santo, pensamientos oscuros que contaminaban el aire  y sus planes de crear algo nuevo acababan en ir a comer en lugares de lujo, con las peores personas de la ciudad que llevaban mascaras de infernales monstruos para parecer normales o por lo menos querer ser algo diferente a lo que eran.

Ekaterina, lo siguió por años, ella casi ni hablaba, pero sabía que no tenía mucho tiempo de vida o por lo menos eso sentía. Pero ella quedo embarazada, por meses el paso negando que eran suyas las criaturas que estaban en su vientre, hasta que sus padres quisieron verlos tradicionalmente casados  para criar a sus dos hijos, ya que eran gemelos; una hija, un hijo, ambos mas parecidos a su padre que a su madre.

El cuando decía algo lo decía gritando  se auto-alababa diciendo que no podía existir alguien mejor que el, se miraba  como el gran emperador de la ciudad del demonio.

-Nadie me puede detener cariño- lo decía mirándose a su espejo con gran amor.

Ekaterina, solo lo miraba:
con su arrogancia, su forma de peinarse cuando iba caminando por el norte con una mano en el bolsillo el peine enredado en su cabello rizado, mirándose al espejo sin dejar de mirar cuanto color habían perdido sus ojos, su manera de mirar al exterior añorando salir de la ciudad, buscando su dosis diaria de polvo blanco para creerse extranjero y su forma de hablar era lo que mas le molestaba a ella.


Pero fue cuestión de tiempo para que el valla al centro un momento a comprar otro espejo, pero sin saberlo un reconocido psicópata que ya lo tenía en su cabeza se acerco a el, le dio una carta que escribió para el y luego de eso le corto su cabeza, le arrancaría su cabellera perfectamente peinada, pero que no era mas que una peluca de esas que se compran al final del año, sus dientes si siquiera eran de oro como el aseguraba, eran de plástico y cuando le corto sus extremidades brotaba una sangre que parecía azul, pero seguía siendo roja como la de todos.

El lunático uso la sangre del "amante bandido" para poner una frase: "No parece lo que es en realidad, quisiera que entiendas eso"

Ella al mirar la frase sonrío al ver la frase, la miraba por días mientras que algunos extraños querían borrarla mas se definía, mas se quedaba en la cabeza de las personas, hasta que un día cuando desapareció

Ekaterina, se dio cuenta que su vida dejo de tener sentido otra vez y entonces fue cuando ella mismo cogió a sus dos pequeños hijos, los llevo al callejón abandonado para que jugaran con ella, pero sabía que no iba a ser por mucho tiempo, ya que ley era clara.

Entonces los cogido de sus manitas, los llevo al parque de los "recuerdos", en una procesión las personas cantaban para alabar al demonio, Ekaterina iba al frente con una mirada triste como si quisiera escapar,  entonces cuando llegaron al lago de sangre, al subir al pequeño bote lo pensó dos veces, pero los guardianes le obligaron a subirse, todos la miraban bañando a sus hijos despacio, tardeando una canción lentamente suspirando profundamente y mirando como sus hijos se sumergían en la sangre de todos los niños de la ciudad del demonio.

Cuando sumergido a la niña  miro en su reflejo la tristeza, pensó tanto sobre si misma que se olvido de que existían las demás personas recuerdos de como llego a parar en este lugar venían a ella, sus padres autoritarios, severos hasta el final, querían ver a su hija ser la enfermera mas importante del mundo, la niña se había ido y ahora no curaba a nadie solo intentaba curarse a si mismo.

Entonces su hija sin nombre la miraba con la mirada perdida  como si estuviera buscando a Dios, su hijo solo se rió mientras ella los dejaba caer muy despacio cuando sus lagrimas parecían calmar el dolor, los soltó  y los miro sumergiéndose, ahogándose, vomitando todo el dolor que ella sentía se quedo sola tan perdida como siempre en una historia de febrero.






domingo, 11 de mayo de 2014

La mirada.

Algunos extraños paseaban por la calle, ellos con sus ojos pálidos miraban detenidamente todo lo que se encontraba a su alrededor, estaban vestidos con sus camisas de seda fina, corbatines de marca "sex" de color rojo, gorras planas y tenían los zapatos bien lustrados para ver sus rostros y su sonrisa casi perfecta que solo desmostaba un poco mas el vació que tenían dentro de sus cabezas.

Los desconocidos de la famosa ciudad del demonio caminaban por una calle casi vacía del sur, en donde ella perdida como siempre andaba con su vestido casi roto, usaba ballerinas de color rojo con pequeños huecos a los costados, las usaba aun que nunca fue buena bailarina, un lazo azul al borde de su cabello liso color castaño claro y por supuesto su sonrisa rota por tantos años en la profesión mas vieja del mundo.

Los ruidos de la ciudad ahuyentaron  a las ratas que seguían el rastro de corrupción por abajo de la calle donde ella paseaba lentamente buscando algo que perdió hace mucho tiempo, parecía que la tarde caía lentamente, que el tiempo se detenía cada cierto tiempo, que nadie podía sacarla de la cabeza, pero ella no recordaba a ninguno de sus fieles amantes.

Los extraños se fueron, luego ella se sentó en la vereda mojada, prendió un cigarrillo  largo con sabor a menta , se puso su sombrero y comenzó a caminar bajo la lluvia fumando su tabaco. Unos minutos después apareció el único hombre que podía hacerle temblar.

Ese hombre, se acerco a ella con su gran barba roja, su sombrero de paja, los dientes sucios y su gran aliento a uno de los peores aguardientes que existen:

-¿Donde esta la salida de esta ciudad?- El pregunto.

-La verdad no puede salir de esta ciudad sin haber muerto - Ella respondió en voz baja.

-Debe haber alguna luz en medio de tanta oscuridad- el dijo despidiéndose de ella a paso lento.

Nunca se volverían a ver, ella sintió que ese hombre extraño había dejado algo dentro de ella, pero no sería hasta luego de un largo tiempo cuando aparecía un pequeño recuerdo de el. Ese recuerdo era la única esperanza de ambos para salir de la ciudad, ya que la única forma de poder salir de esta ciudad era con la ayuda de un iluminado.

Pero el hombre de la barba, botas rojas de cuero y flaco como un palo de escoba había desaparecido hace mucho, ella sola estaba buscando la forma de mantener vivo el recuerdo, pero cada día se podría mas y mas, tanto que al llenar el momento de que ese recuerdo se hiciera algo vivo ella estuvo cerca de morir.

El niño camino lentamente por calle al salir del vientre de su madre, ella moribunda lo vio irse como su padre desapareciendo entre las sombras buscando la salida, ella lo sujeto fuertemente impidiendo que el se moviera hacia otra parte.


-Veras, hijo mio si me abandonas ahora desapareceré porque el vendrá por mi- le dijo al oído en voz baja .

El niño sonrió, la abrazo y no dijo ninguna palabra.

Años habían pasado, el niño había crecido como su padre, creyendo poder salir de la ciudad algún día conocer el mar y ahogarse en el, para así sentir libertad, pero todos lo miraban con odio, era uno de los pocos iluminados que habitaban en el sur de la ciudad, los otros niños ni se le acercaban, los extraños lo criticaban más que los otros.

El niño ahora era joven, con su corbata de colores, su nariz roja como la luna, con guantes blancos y grandes como sus ojos de color azul, su piel morena como la noche y sus cabellos  negros que parecían cambiar de colores por la luz. Era el joven mas normal de la ciudad o por lo menos de la calle donde el vivía, "la calle de la ilusiones", esa calle que ningún hombre del centro se atrevería a pasar.

La calle de las ilusiones fue llamada así porque le faltaba a alguien siempre un sueño, todos esos hombre tenían la cabeza rota sus ideas salían volando; siempre que creaban una o solo se iba con el que primero la mirara volar por la calle o solo se quedaba para ser una parte escrita en la acerca.

El joven al ser diferente se sintió rechazado, se dedico solo a escribir en uno de los rincones mas oscuros de su casa y cuando salia no volvía en un buen tiempo; su madre preocupada pasaba buscándolo por toda la calle, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, pero siempre lo encontraba tirado abajo de un árbol hablando con el, mirando sus ramas moverse con el viento con gran admiración, con una mirada que nunca le había dado a su madre, una mirada de "amor". Ella lo escuchaba decir mucha veces que el era su único amigo que el entendía su soledad, pero fue la prostituta que celosa, corto el árbol y sembró otro en el jardín de su casa para que su hijo no se alejara mucho de ella.

Pero el pobre no podía hablar con este árbol, se sentía diferente, como si hubiera un gran muro entre ellos, hasta que un día el creando un personaje para un de sus cuentos se dio cuenta que había una puerta en ese muro, abrio la puerta y suspiro profundamente. El podía ver lo que nadie mas vio en medio de la calle de las ilusiones, la salida de la ciudad del demonio, camino por la seca arena, encontró los sueños de cada uno de los muertos que rodeaban su gran patio.

El negocio propio de su vecino Jaime, el auto propio de su compañero de salón, las postales del esposo de la señora Sanches, los juguetes que Jesus perdió en camino al infierno, los sueños de millones regados por la gran playa que acompañada de millones de estrellas, hacían brillar el agua del mar. El sonrió y salto junto a su padre y solo ahí encontró su felicidad.

Su madre, con su vestido azul completamente roto, sus bailarinas rojas sucias y rotas, miraba a su hijo colgado de su corbata negra en la rama del árbol que ella mismo planto, ella lloraba, el sonreía porque solo así podía salir de este lugar y conseguir sueños que todos tuvimos antes de vivir.





















jueves, 8 de mayo de 2014

Sin rostro.

Era un hombre sin rostro que caminaba por su tejado buscando una excusa para no ver hacia atrás. Un hombre extraño y desconocido en la famosa ciudad del demonio.

En la ciudad del demonio se sentía el invierno: llovía  a cántaros casi todo el tiempo como si "se cayera el cielo sobre el infierno", el viento soplaba fuertemente llevándose las cometas de los infantes que tristemente sonreían   al ver a sus padres partir lejos por intentar alcanzar un sueño que en si no era nada más que un espejismo.

Era un lugar lúgubre no solo por sus estrechas calles llenas de basura o pedazos de automóviles abandonados, era su gente lo que en verdad te hacia sentir en un lugar realmente extraño. Ellos te miraban con sus ojos rojos de tanto llorar por que la muerte se había olvidado para siempre de este lugar, sus sonrisas chuecas que parecían demostrar felicidad o a la vez tristeza, todo era fingido y solo el hecho de verlos caminar con sus palas en el hombro y sus sombreros de copa era una razón mas tener escalofríos al ir por las calles del centro de ciudad.

Yo quería vivir lejos de todo, como un ermitaño que no sabia como era la luz. Por esta razón  yo vivía en un pequeño cuarto de hotel ubicado en el centro de la ciudad, en donde  la luz era casi escasa, no podía ver mas allá de mi vieja fotografía del colegio, las goteras del techo caían sobre mis pies descalzos y escribía cuentos para niños huérfanos que ya no vivían en esta ciudad.

Un día lluvioso, luego de tomarme un poco de vodka como merienda, mire por la ventana y en el tejado del edificio de al frente había una figura caminando de un lado a otro, en ese momento todo estaba oscuro no podía observar nada, hasta que se predio la luz de un faro cercano al hotel entonces lo vi.

Su figura se me hacia familiar,  sus zapatos de color azul con un notable exceso de uso, su saco gris con rayas rojas, sus pantalones negros  y su manera de caminar era casi idéntica a un viejo amigo que no había visto hace tantos años desde que desapareció en un día de invierno como este.

Luego de mirarlo por un momento en me dio de su desesperación desaprecio entre la neblina espesa, yo comencé a sentir como si ahora el me observara, sentí como el respiraba cerca mio entretanto yo lo buscaba al otro lado de mi ventana.

Mi silla rechinaba con mis constantes movimientos, no sabía donde esconderme si abajo de mi cama o buscar el lugar menos apropiado para poder dormir esta noche sin temer nada, entre la desesperación de la búsqueda encontré un recorte de un periódico viejo en el que decía:

"¡El nuevo psicópata de la ciudad del demonio ataca de nuevo! esta vez degolló a su víctima y pinto un símbolo de interrogación en una pared del centro"

En ese momento pensé en el hombre que había desaparecido frente a mis ojos, inmediatamente cerré la ventana y puse el doble seguro a mi puerta de manera podrida, me arme con una escoba y puse a correr el agua de la ducha oxidada que tenía, el sonido del agua me calmaba en medio de la angustia de saber si sería la nueva víctima del ese psicópata, entonces caí en un profundo sueño.

El sueño me hacía pensar en la voz ronca de mi madre
llamándome como siempre a la hora de la comida
pensando que no estaba muerta mi sonrisa seguía en mi rostro
la luz parecía ser infinita y el sol brillar en medio de los campos donde crecí

Crecí perdiendo mi tiempo lanzando monedas a los vagabundos que veía volar
en los grandes aviones que chocaban en mi cabeza o mirando a los locos soñar
creando alas con los brazos de los cuerdos y a los tristes payasos sonriendo al mirarme llorar.

Mi sueño me llevaba a recordar todo poco a poco
mi primer amor que acabo con un intento de homicidio,
el sutil beso de una prostituta a la que no le pague una noche de domingo
y mis amargos paseos en los buses subterráneos de esta ciudad.

De cierto modo me sentí perdido como si hubiera caído en un gran vació
estaba pensando que he ganado un juego que nunca jugué por miedo a ser vencido,
pero fue entonces cuando me di cuenta que el estaba atrás mio
como un sombra que se desvanecía con la falta de luz y sin destino.

Al levantarme del suelo lo mire fijamente, el se quito su mascara de papel y sonrió.

Yo de alguna forma sonreí al mismo tiempo que el, solo de esa forma me di cuenta que me estaba mirando en el espejo del baño y que en verdad yo era "El psicópata de la ciudad del demonio".

El que degollaba a las personas por diversión y se desvanecía lentamente entre la neblina espesa, apunto de encontrar otra victima. Yo estaba siempre saliendo a las calles con mi mascara de hombre normal y una pala en el hombro como un verdadero ciudadano de este lugar, el verdadero monstruo sin rostro.

¡HOMBRE SIN ROSTRO Y SIN NADA QUE PERDER!