domingo, 11 de mayo de 2014

La mirada.

Algunos extraños paseaban por la calle, ellos con sus ojos pálidos miraban detenidamente todo lo que se encontraba a su alrededor, estaban vestidos con sus camisas de seda fina, corbatines de marca "sex" de color rojo, gorras planas y tenían los zapatos bien lustrados para ver sus rostros y su sonrisa casi perfecta que solo desmostaba un poco mas el vació que tenían dentro de sus cabezas.

Los desconocidos de la famosa ciudad del demonio caminaban por una calle casi vacía del sur, en donde ella perdida como siempre andaba con su vestido casi roto, usaba ballerinas de color rojo con pequeños huecos a los costados, las usaba aun que nunca fue buena bailarina, un lazo azul al borde de su cabello liso color castaño claro y por supuesto su sonrisa rota por tantos años en la profesión mas vieja del mundo.

Los ruidos de la ciudad ahuyentaron  a las ratas que seguían el rastro de corrupción por abajo de la calle donde ella paseaba lentamente buscando algo que perdió hace mucho tiempo, parecía que la tarde caía lentamente, que el tiempo se detenía cada cierto tiempo, que nadie podía sacarla de la cabeza, pero ella no recordaba a ninguno de sus fieles amantes.

Los extraños se fueron, luego ella se sentó en la vereda mojada, prendió un cigarrillo  largo con sabor a menta , se puso su sombrero y comenzó a caminar bajo la lluvia fumando su tabaco. Unos minutos después apareció el único hombre que podía hacerle temblar.

Ese hombre, se acerco a ella con su gran barba roja, su sombrero de paja, los dientes sucios y su gran aliento a uno de los peores aguardientes que existen:

-¿Donde esta la salida de esta ciudad?- El pregunto.

-La verdad no puede salir de esta ciudad sin haber muerto - Ella respondió en voz baja.

-Debe haber alguna luz en medio de tanta oscuridad- el dijo despidiéndose de ella a paso lento.

Nunca se volverían a ver, ella sintió que ese hombre extraño había dejado algo dentro de ella, pero no sería hasta luego de un largo tiempo cuando aparecía un pequeño recuerdo de el. Ese recuerdo era la única esperanza de ambos para salir de la ciudad, ya que la única forma de poder salir de esta ciudad era con la ayuda de un iluminado.

Pero el hombre de la barba, botas rojas de cuero y flaco como un palo de escoba había desaparecido hace mucho, ella sola estaba buscando la forma de mantener vivo el recuerdo, pero cada día se podría mas y mas, tanto que al llenar el momento de que ese recuerdo se hiciera algo vivo ella estuvo cerca de morir.

El niño camino lentamente por calle al salir del vientre de su madre, ella moribunda lo vio irse como su padre desapareciendo entre las sombras buscando la salida, ella lo sujeto fuertemente impidiendo que el se moviera hacia otra parte.


-Veras, hijo mio si me abandonas ahora desapareceré porque el vendrá por mi- le dijo al oído en voz baja .

El niño sonrió, la abrazo y no dijo ninguna palabra.

Años habían pasado, el niño había crecido como su padre, creyendo poder salir de la ciudad algún día conocer el mar y ahogarse en el, para así sentir libertad, pero todos lo miraban con odio, era uno de los pocos iluminados que habitaban en el sur de la ciudad, los otros niños ni se le acercaban, los extraños lo criticaban más que los otros.

El niño ahora era joven, con su corbata de colores, su nariz roja como la luna, con guantes blancos y grandes como sus ojos de color azul, su piel morena como la noche y sus cabellos  negros que parecían cambiar de colores por la luz. Era el joven mas normal de la ciudad o por lo menos de la calle donde el vivía, "la calle de la ilusiones", esa calle que ningún hombre del centro se atrevería a pasar.

La calle de las ilusiones fue llamada así porque le faltaba a alguien siempre un sueño, todos esos hombre tenían la cabeza rota sus ideas salían volando; siempre que creaban una o solo se iba con el que primero la mirara volar por la calle o solo se quedaba para ser una parte escrita en la acerca.

El joven al ser diferente se sintió rechazado, se dedico solo a escribir en uno de los rincones mas oscuros de su casa y cuando salia no volvía en un buen tiempo; su madre preocupada pasaba buscándolo por toda la calle, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, pero siempre lo encontraba tirado abajo de un árbol hablando con el, mirando sus ramas moverse con el viento con gran admiración, con una mirada que nunca le había dado a su madre, una mirada de "amor". Ella lo escuchaba decir mucha veces que el era su único amigo que el entendía su soledad, pero fue la prostituta que celosa, corto el árbol y sembró otro en el jardín de su casa para que su hijo no se alejara mucho de ella.

Pero el pobre no podía hablar con este árbol, se sentía diferente, como si hubiera un gran muro entre ellos, hasta que un día el creando un personaje para un de sus cuentos se dio cuenta que había una puerta en ese muro, abrio la puerta y suspiro profundamente. El podía ver lo que nadie mas vio en medio de la calle de las ilusiones, la salida de la ciudad del demonio, camino por la seca arena, encontró los sueños de cada uno de los muertos que rodeaban su gran patio.

El negocio propio de su vecino Jaime, el auto propio de su compañero de salón, las postales del esposo de la señora Sanches, los juguetes que Jesus perdió en camino al infierno, los sueños de millones regados por la gran playa que acompañada de millones de estrellas, hacían brillar el agua del mar. El sonrió y salto junto a su padre y solo ahí encontró su felicidad.

Su madre, con su vestido azul completamente roto, sus bailarinas rojas sucias y rotas, miraba a su hijo colgado de su corbata negra en la rama del árbol que ella mismo planto, ella lloraba, el sonreía porque solo así podía salir de este lugar y conseguir sueños que todos tuvimos antes de vivir.