Al caminar no sentía las piernas, me sentía hipnotizado por
algo extraño que no conocía, lo raro de sentir la muerte tocando tu mejilla o
al mismo tiempo el amor juvenil rozando tu lado más sensible.
-Vamos lejos de aquí- decían todas las voces compañeras que
se escuchaban como ecos cuando quería estar solo.
Recién había aprendido el valor de las utopías, de la
libertad. Me enfrasque entre sentimiento estúpidos, algo que no va con el
demonio, mi Dios. Ese ser supremo que mueve los hilos por mí, al final el
siempre sonreía con su máscara de papel al final del rincón donde escondía lo
mejor y lo peor del discípulo.
Había leído libros llenos de verdad, de fantasía, de todo
aquello que quieras llamar libertad, me había hundido entre pensamientos
oscuros que iluminaban mi cruel vida y estaba listo para llenar esta ciudad de
cenizas y agua.
-Vamos, vamos- decía mi hermano corriendo como siempre.
Él era un creyente firme de la iglesia traicionera, se
llamaba Charlie usaba siempre el mismo traje barato para ir a un lugar donde prometían
hermosa libertad, la droga había consumido su cerebro en una época para él
oscura de su llamada vida vacía.
-No te atrases a la misa hoy vamos a rezar por un santo-
decía
Yo no pensaba en santos ni pecadores, imaginaba un mundo
lleno de vacíos que nos impedían ser perfectos quería alcanzar la forma de los
espacios, del tiempo y un porque a la existencia de hombre.
-Bueno Charlie- respondía con una voz agridulce.
Mi hermano se había transformado totalmente cuando murió
nuestro padre, fiel seguidor del demonio, había aceptado nuestro destino ser discípulos,
seguidores del ser humano y de sus errores. Pero al poco tiempo Charlie se
enamoró de una chica plástica llamada Cristina, ella lo sumergió en amor, ternura
y sentimiento que yo creo estúpidos, una parte más imperfecta del ser.
Él no demoró en matarla, y yo comencé a pensar enserio.
Pensaba imaginaba a las personas gritando, a todos volviéndose
locos por su vanidad, por sus mentiras, por lo que podía pensar que era
perfecto o no y soñaba con una ciudad del demonio. Me involucré entre sombras y
arena, atrás de los grupos más radicales que buscaban tumbar a los cerdos del
gobierno, pensé y no me di cuenta cuando deje de hacerlo.
Gritaba cada mañana al despertar, mis sueños me habían
hundido en una realidad llena de falsedad, estaba tranquilo e intranquilo,
nunca logré tener paz, mientras tanto mi hermano se volvía mi sombre mi aliado
y decidió construir muros alado del río donde asesinó al ser que había amado.
Mis sueños se hacían profundos, perdí el punto de partida en
todos. Los muros se construían lentamente, las personas comenzaban a entender
quien tenía el poder, ellos ahogaban a sus hijos para buscar salvación, los extranjeros
llegaban y no se podían ir de mi ciudad, caminaban hombres vestidos de la misma
forma, patrulleros sin rostro intentando encontrar odio entre miradas de
falsedad, hombres sin esperanzas navegaban entre imágenes de plástico y pobres
no sabían lo que era la libertad.
Bailaba en la lluvia ese día de febrero, el lago se había
vuelto rojo, las calles negras como el corazón que me aprisiona y las pupilas dilatadas
de tanto amor. Eran tiempos buenos.